(Dorothy Thompson)
Claro, Dorothy, qué piola. Ojalá fuera tan fácil.
Cuando era chica, no podía creer que a mi mamá no le diera miedo Cruella de Vil en los 101 Dálmatas o Úrsula en La Sirenita; a mí me daban terror, no podía mirar y hacia un escándalo hasta que ponían fast forward. Me daba miedo la oscuridad en mi cuarto cuando me iba a dormir, tanto que necesitaba dejar la puerta entornada para que entre la luz del pasillo. No sé a qué le tenía miedo, a algún monstruo que me había inventado, supongo. El punto es que le tenía miedo a cosas que no existían en la vida real y yo no me daba cuenta. Al ver que los “grandes” no le tenían miedo a (aparentemente) nada, lógicamente, yo moría por ser grande. Le robaba los tacos a mi mamá y vivía planeando mi futuro. Cada vez que me preguntaban “qué querés ser cuando seas grande?” la respuesta era distinta pero, curiosamente, nunca decía “quiero ser chica”. Qué equivocada estaba. Ahora, con una década más encima, quiero cambiar esas respuestas y, sobre todo, estos miedos. Los monstruos que se presentan cuando crecemos no se esconden en el placard ni en el fondo de la pileta, directamente no se esconden; están presentes en todos lados y en todo momento. Nos ahogan en un mar de dudas y presiones y, no sé bien por qué, pero nos sentimos únicos de una forma horrible: los únicos asustados. Mirás a tu alrededor y todos parecen estar manejando bien la situación mientras a vos te consume el miedo, la incertidumbre y las ganas de poner fast forward a la parte donde Ariel se casa con Eric. El problema de los monstruos de los “grandes” es que son reales y no se van cuando pataleamos ni cuando apretamos un botón, hay que mirarlos a la cara sin miedo, pero cómo? Espero que, en el fondo, esos miedos nos impulsen a ser más fuertes y mejores en lo que hacemos, pero cómo me gustaría que no existieran.
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