Fijate vos que fue ahí mismo, en una tarde de feriado que prometía menos que poco, él recién operado y yo muy mal dormida (jetlag prolongado, incluso), jugando a la enfermera senil. Ahí estábamos, cada uno dedicado a lo suyo. Aunque no se notaba, juro que había mucho amor en el aire. Fue ahí que me di cuenta, que lo descubrí: el amor, el amor y la felicidad de saber que es recíproco. Lo se porque me lo dijo, en versión masculina, claro: me gusta esto. Esto, lo feliz, lo pleno, lo tácitamente exclusivo, lo casi extinto, el fin último. Esto, y lo tenemos. La magia de una tarde de sol que pasamos juntos, en un cuarto, burlándonos de los que necesitan un picnic o una cita para verla. Ojo, que me copan las citas, pero me gusta más la tranquilidad de saber que ya no son menester, que son un lujo y no una necesidad.
Y después, de repente, zas! (no flash, ni chicas de bikinis azules, Luismi. Not this time.)
Todo lo demás, lo que no es amor ni felicidad, la everpresent negatividad en todo lo que alegra, en todo lo que gusta.. Todo lo demás, que reincide y contamina, y contamina y consume (vida, tiempo y potencial de felicidad, un concepto similar al de energía química). Todo lo demás, el cáncer incurable de todo, de todos: Hyde, the dark side of the moon, el otoño, el precio de todo, el costo, la no-recompensa, el olor feo del río que arruina el paisaje, la turbulencia en el avión y la lluvia un lunes. Todo lo demás, que, como hongos, aparece sin que nadie lo plante ni lo riegue y crece y mancha y takes over. Todo lo demás, todas las dudas, infinitas preguntas, los miedos, la ira destructiva, las inseguridades y los fantasmas. De ahí las discusiones con tecnología híbrida, alimentándose de sí mismas retroactivamente till the end of times. Eso, o volver a square one, volver al amor mientras eso sea una opción - Y por favor que siempre lo sea.